jueves, noviembre 21, 2024
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Fragmento de los grandes iniciados

Comparto un fragmento del libro Los Grandes Iniciados de Edouard Schure

¿Qué ocurre en la muerte?

En la proximidad de la agonía, el alma presiente generalmente su próxima separación del cuerpo. Ella vuelve a ver toda su existencia terrestre en cuadros breves, de una sucesión rápida, de una claridad asombrosa. Pero cuando la vida agotada se detiene en el cerebro, ella se turba y pierde totalmente la conciencia. Si es un alma santa y pura, sus sentidos espirituales se han despertado ya por su disgregación gradual de la material. Ella ha tenido antes de morir, de un modo cualquiera, aunque sólo fuera por introinspección de su propio estado, el sentimiento de la presencia de otro mundo. A las silenciosas instancias, a las lejanas llamadas, a los vagos rayos de lo Invisible, la tierra ha perdido ya su consistencia, y cuando el alma se escapa al fin del cadáver frío, dichosa de su liberación, se siente ella arrebatada en una gran luz hacia la familia espiritual a que pertenece. Pero no pasa así con el hombre ordinario, cuya vida ha estado repartida entre los instintos materiales y las aspiraciones superiores. El se despierta con una semiconsciencia, como en el torpe sentir de una pesadilla. No tiene ya brazos para coger, ni voz para gritar; pero se acuerda, sufre, existe en un limbo de tineblas y de espanto. La única cosa que ve es su cadáver, del que está despegado, pero hacia el cual experimenta aún una atracción invencible. Porque por medio de aquél él vivía y ahora ¿Qué es él?. Se busca con espanto en las fibras heladas de su cerebro, en la sangre cuajada de sus venas, y no se encuentra ya. ¿Está muerto?. ¿Está vivo?. Quisiera ver, asirse a alguna cosa; pero no ve, no puede coger nada. Las tinieblas le encierran; a su alrededor, en él todo es caos. No ve más que una cosa, y ésta le atrae, y la causa horror… la fosforescencia siniestra de sus despojos; y la pesadilla comienza de nuevo. Ese estado puede prolongarse durante meses o años. Su duración depende de la fuerza de los instintos materiales del alma. Pero, buena o mala, infernal o celeste, el alma adquiere poco a poco conciencia de sí misma y de su nuevo estado. Una vez libre de su cuerpo, se escapará en los abismos de la atmósfera terrestre, cuyos ríos eléctricos la llevan de un lado a otro, y donde comienza a ver a los multiformes errantes, más o menos semejantes a ella misma, como resplandores fugaces en una bruma espesa. Entonces comienza una lucha vertiginosa, encarnizada, del alma aun adormecida, para subir a las capas superiores del aire, libertarse de la atracción terrestre y ganar en el cielo de nuestro sistema plánetario la región que le es propia y los guías amigos pueden únicamente mostrarle. Pero antes de oírlos y verlos, le es necesario con frecuencia un largo tiempo. Esta fase de la vida del alma ha llevado nombres diversos en las religiones y las mitologías. Moisés la llama Horeb, Orfeo el Erebo, el cristianismo el Purgatorio o el valle de la sombra de la muerte.

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